viernes, 1 de octubre de 2010

La duende del parchís



He tenido la suerte de conocer a la duende que habitaba en un tablero de parchís. Se movía entre los colores con la alegría del que sabe que en el mundo no sólo hay blanco y negro, sino que existen los matices. Correteaba y saltaba de casilla en casilla, con esa magia que tan sólo los duendes son capaces de derrochar, como ríos caudalosos que siempre están a punto de desbordarse.
Su risa aún resuena entre las formas geométricas de ese reducido mundo, en el que todo lo que no sea juego queda fuera, formando parte de otra realidad alternativa que relativizamos menos de lo que deberíamos.
Cierro los ojos y la veo, comiéndose mis fichas mientras tuerce el gesto sonriente, con mezcla entre travesura y condescendencia.
Me enseñó a contemplar la pérdida de forma distinta, porque en el mundo de los duendes no exíste la derrota, tan sólo la evolución.
Ayer se marchó la duende del parchís con tan sólo quince primaveras. Hoy te confieso, mi querida duende, que nunca el juego del parchís fue de mi agrado, pero me hiciste verlo de otra manera.
Te has llevado el tablero contigo pero has dejado las fichas. Las llevaré conmigo a otros lugares de juego, para seguir ayudando a la evolución, a pesar de la tristeza.

Descansa en paz, Ana.