viernes, 15 de octubre de 2010

El instante del semáforo


Exísten situaciones de corta duración que tienen la capacidad de ser ricas en sucesos múltiples. Pequeños espacios de tiempo que dan pie a numerosos gestos, miradas y cruces de intenciones. Hay momentos breves que por lo general resultan incómodos, como por ejemplo un trayecto en ascensor. Sin embargo, quizá inducidos por un falso sentimiento de aislamiento u cobijo producido por un vehículo, las paradas obligatorias ante un semáforo dan para mucho.
Mi preferido es el que llamo la pillada del moquillo, que como su nombre bien indica, supone la excavación minera nasal del conductor del coche de al lado, utilizando su dedo meñique a modo de tuneladora giratoria. La segunda parte de este suceso es la extracción, luego la observación de lo obtenido y por último, la búsqueda de la ubicación correcta para dejar el perdigón.
Quizá la segunda que más me gusta es la del maquillaje exprés, que también su propio nombre lo define. Pero es francamente sorprendente la habilidad y la rápidez con la que algunas mujeres son capaces de aprovechar el semáforo para bajar el espejito del parasoles del coche, ponerse el rimel en los ojos, espolvorearse la cara y pintarse los morros. Creo que los que cambian los neumáticos en la fórmula uno, definitivamente son mujeres.
Puedes encontrarte también al que va fardando de su coche y está encantado de que todo el mundo le mire, de hecho hace todo lo posible para no pasar desapercibido. Baja la capota, sube la radio o se pone una gorra de colores, cualquier cosa para captar miradas.
Otra opción es la llamada me estás mirando porque soy muy guapa, que aunque puede ser que la chica no esté mal, la situación se convierte en ridícula por su intento de mantener la pose. Hay otra modalidad en este tipo, que es la estás mirando porque está muy buena, que suele ser llevada a cabo por el típico machito pasado de moda, que incluso sitúa la mano en el muslo de ella para marcar territorio mientras mira desafiante.
Existe el corredor de rallyes, que es el que va con el asiento muy alejado del volante, los dos brazos estirados y pisando ligeramente el acelerador para que ruja el Seat león negro, que no sé porqué suele ser el coche preferido entre este tipo de especímenes.
Otro que me encanta es el momento bostezo, muy común en mis viajes mañaneros. Nunca pensé que hubiera bocas que pudieran abrirse tanto.
El que habla solo ya no sorprende, los manos libres han roto el encanto.
Y luego está el momento descojone, que es cuando el del coche de al lado se va partiendo de risa y puede llegar a ser incluso contagioso.
En definitiva, el instante del semáforo es tan intenso y fructífero como corto, para descubrirlo basta sólo con sentarse a esperar que se encienda la luz oportuna, y observar a tu al rededor con detenimiento.
Cada momento en la vida tiene su encanto.