miércoles, 13 de octubre de 2010

¿Dónde está mi móvil?


Los menos jóvenes de edad, que no de espíritu, recordaréis cuando vivíamos hace relativamente poco sin teléfonos móviles. Y por increíble que le pueda parecer a los menos viejos, conseguíamos vivir y de hecho lo hicímos durante muchos lustros.
Ha llegado un momento en el que parece que somos incapaces de salir a la calle sin nuestro teléfono, la reacción cuando te lo dejas olvidado es casi como si hubieras salido de casa en pelotas y tuvieras que volver corriendo sin ser capaz de dar un paso más.
Pero ojo, que hay personas con un grado de dependencia preocupante. Desconozco si se ha encontrado un nombre que pueda aplicarse a esta obsesión, así que si hay un médico en la sala que conozca una nomenclatura específica para el diagnóstico, que nos ilustre o calle para siempre.
Hay gente que se ha gastado miles de euros en mensajes de texto y supongo que también en cremas para los callos de los dedos. Utilizan el móvil como una necesidad enfermiza, de forma casi compulsiva.
Hemos llegado a un punto en el que los niños tienen antes teléfono que dientes, aunque en ciertas ocasiones entiendo la tranquilidad que puede aportar a los padres.
Lo cierto es que soy el primero al que le encanta cacharrear y tener un iphone que te hace hasta un colacao si se lo pides con educación. Pero en mi caso es más bien enredar por enredar que la dependencia como tal.
Antes llamábas a alguien a su casa, y si no estaba no había nada más que hacer. En cierto modo era una forma de libertad y privacidad, pero de eso nos va quedando poco y por voluntad propia, así que no podemos quejarnos.
Particularmente me resultan ridículos los que utilizan los manos libres mientras andan por la calle. Parece que quieren que todos nos vayamos enterando de que van hablando y de lo interesante que es su vida. Y eso que ya nos hemos acostumbrado, porque no hace mucho todos nos girábamos y tomábamos por loco a un tipo que iba hablando solo.
No soporto a los que hablan a gritos, a los que no son capaces de ponerlo en silencio en el cine y a los que mandan mensajitos en cadena.
Me pone nervioso los que no contestan y lo dejan sonando un buen rato, con una musiquita que dan ganas de hacérselo tragar al dueño hasta el píloro.
Ideas pacíficas aparte, es un buen invento. Aunque creo que llevan nicotina dentro o algo similar que lo hace adictivo, y nos provoca odiarlo y necesitarlo a partes iguales.
Os seguiría contando... pero es que me está sonando el móvil.