jueves, 30 de septiembre de 2010

El volante me transforma



Es algo que me sube, y no es la bilirrubina, que me hace sacar mis instintos más primarios. No sé cuál será ese componente genético u hormonal, que es común en prácticamente todos los seres humanos y nos hace experimentar una metamorfósis casi Kafkiana, con la diferencia de que no nos convertimos en cucarachas sino más bien en tigres de bengala.
Personas que llevamos con total tranquilidad nuestras vidas, somos capaces de perder los papeles, arrugarlos, destrozarlos e incluso comernos el paquete de folios completo si hace falta, en cuestión de décimas de segundo.
Los amantes de los cómics lo podrán entender si imaginamos un globito lleno de rayos, sapos, calaveras y culebras, saliendo de nuestra boca.
El caso es que a mí luego me entra la risa. Después de haberle puesto a caer de un burro, llamarle lo inimaginable y acordarme de toda su santa familia en cuestión, me imagino mi estampa desde fuera y no puedo evitar sentirme gracioso.
Está mal, lo sé: Niños, no se dicen palabrotas. Aunque a veces te quedas muy agusto cuando las dices.
Hay algunos conductores que son prodigiosos. Son capaces de si se les cruza uno sin intermitente; darle las luces, tocar el cláxon, hacerle los cuernos, y todo ello mientras sacan la cabeza por la ventanilla con la vena del cuello hinchada. Una capacidad admirable para hacer tantas cosas a la vez.
De lo que no cabe duda, y estaremos todos de acuerdo, es que hay mucho inútil conduciendo. Aunque pensándolo detenidamente, ¿quién dice que alguna vez no nos hayamos encontrado y hayamos compartido un momento tan tierno?. Por si acaso: Tú más.
El colmo de los colmos me ocurrió el otro día, cuando un coche se me cruzó tres carriles de golpe, sin indicaciones ni anestesia. Como corresponde le hice un leve ¡pip!, levantando ambos brazos en expresión de...¡¡hombreeee!!
No sé cuántas ventanillas tiene de serie el Seat Ibiza, pero salieron brazos por todas partes, incluso una cabeza por el tubo de escape. Sin embargo, lo que más me llamó la atención fueron los cuernos sacados por el copiloto.
Ya, seguro que estaréis pensando que una peineta es algo común, no es para tanto. Ahora es cuando lo completo diciendo que al adelantarle descubrí que el copiloto era un cura negro, con su sotana y alzacuellos de rigor.
Y de estas experiencias tan enriquecedoras para el ser humano y tan relajantes para el conductor que se producen en el mundo entero, sólo puedo concluir; que madre mía cómo está el tráfico y joder cómo anda el clero.