jueves, 14 de octubre de 2010

A palabras recias, oídos gordos


En esta vida no es lo mismo oir que escuchar. Para lo segundo se requiere un ejercicio de concentración mayor, además de una intención clara de poner atención a lo que los demás tienen que decir. 
Muchos sólo oyen el murmullo, ya que únicamente son capaces de escucharse así mismos. Es cierto que en el fondo es lo más fácil, pero a la larga empobrece al ser humano.
Viendo salir al último de los mineros chilenos, después de casi 70 días más cerca del núcleo de la tierra que del sol, no puedo evitar pensar en aquellos que han sido incapaces de escuchar los riesgos y exclusivamente se han preocupado por sus beneficios.
Porque no nos engañemos, detrás de esas minas hay unos dueños. Personas que no sienten remordimientos ante sus actos, negligencias o abusos, siempre y cuando puedan escuchar el sonido del dinero.
Venezuela me toca de cerca, así que tampoco me pasa por la garganta el presidente carnavalesco eternamente disfrazado de libertador. Abanderados indispuestos, terroristas refugiados y guerrillas protegidas, son algunos de los adjetivos que los venezolanos cargan a sus espaldas gracias a que su mandatario no tiene ni la más mínima intención de escucharlos.
Quizá tengamos que hablar más alto, más fuerte, más recio para que los que se resisten acaben abriendo sus oídos sin remedio.
Porque la vida pertenece a aquellos que están dispuestos a vivirla con sus pros y sus contras. Porque todos tenemos derecho  a ser escuchados, así sea susurrando, que sería lo ideal, o alzando la voz si es necesario.
Que los murmullos no sean ruido de fondo, sino coros de libertad altos y claros.