miércoles, 6 de octubre de 2010

Mirando vidas



Me gusta sentarme en los bancos de los parques, o en alguno estratégicamente bien situado en una calle y ver la gente pasar.
Imagino las vidas de todos aquellos que desfilan por delante de mí, les pongo pensamientos en sus cabezas e incluso voces en sus bocas. Les adivino sueños, tristezas o sentimientos fugaces.
Me gusta jugar a crear una historia en torno a ellos, basándome en sus características físicas, gestos o actitudes. Como una obra de teatro en el que yo escribo los guiones, las horas pasan rápidas, casi fugaces, con unos actores ajenos a mi particular manera de distracción.
Veo pasar una mujer agarrada del brazo de su marido. Él con el gesto serio, ceño fruncido y mandíbula apretada, como si hiciera fuerza para no soltar un bramido. Ella está ausente, la imagino triste. Mira sin ver a los niños que juegan con una pelota en el parque. Extraña a sus nietos, pienso. 
Va vestida con una falda oscura, lisa, por debajo de las rodillas. De corte clásico y con una sencillez que no parece comprada de tienda. Quizá una vida de costurera o de hacer remiendos en casa para sus hijos y su rancio marido. Ella es buena cocinera y habladora. Lo segundo lo dicen sus ojos, lo primero lo adivino por la gordura que demuestra su búsqueda de consuelo en la comida.
Sueña con poder tener unas amigas con las que reír y hablar durante horas, quizá una hija a la que visitar a diario, o unos nietos con los que frecuentar ese mismo parque. 
No le quiere, pero si le pregunto me responderá que así era la vida entonces, que no es como ahora que las mujeres en seguida pueden separarse. Se resigna y conforma, eso pienso.
Me gusta imaginar la vida de otros mientras las observo, rozando lo James Stewart, sin silla de ruedas ni prismáticos, aunque sí con una gran ventana indiscreta hacia la vida.
Imagino todo eso con la sensación de que todo en la vida puede cambiarse, que quizá sean otros los que nos observen y piensen cómo son nuestras vidas. 
Brindemos entonces un gran espectáculo, viviendo felices cada minuto de nuestra vida, para que se nos contemple de forma positiva cuando pasamos por delante de los escaparates de los que nos miran.