martes, 26 de octubre de 2010

El número 34


La primera vez que le vi me invitó a pasear en su pequeño coche, tan pequeño que cabe en su diminuta palma de la mano. Pero los coches mágicos son grandes y espaciosos por dentro. Tiene una musiquita suave y repetitiva, que precede al anuncio de la siguiente parada.
Esa tarde nos fuimos, montados en ese particular vehículo, a la playa, de compras, a la montaña, y a comer una hamburguesa, porque el coche también decide cuándo se tiene hambre.
Unos minutos más tarde me di cuenta de que ese automóvil no funcionaba con gasolina, como suele ser lo habitual, sino que lo hacía única y exclusivamente con su risa, la del duende 34.
Durante unas semanas he visto el pequeño cochecito aparcado, sin moverse, sin músiquita, sin combustible.
Ya sabéis que mis amigos los duendes son especiales, tienen una magia en su interior que te hacen pensar en lo importante de la vida, que te enseñan a vivir al minuto y dejar el futuro para más tarde.
Tan seguro es que el mañana llegará, como que el hoy se nos escapa.
Este duendecito te mira con sus grandes ojos marrones de pestañas largas, te sonríe con la ternura y la pureza de los que llevan poco tiempo pisando este mundo, mientras pelea contra un malvado bichejo que desea su luz interna.
Y así lucha, de la misma forma que mueve su pequeño coche, con su risa.
Es el número 34 de casos parecidos en nuestro país, eso le hace aún más especial.
Mientras tanto los demás le buscamos un sentido a nuestra existencia que casi nunca encontramos. Quizá no estamos preparados para hallarlo.
Pero la vida nunca para y sobre su línea del tiempo vamos montados. Depende de nosotros bajarnos tristes y cabizbajos, o sonriendo sabiendo que somos afortunados de haber podido montarnos.

Para Manu, de Oncología del Hospital Niño Jesús.