martes, 19 de octubre de 2010

El poder de la fantasía


Vivimos en un mundo en el que el dinero se ha convertido en el verdadero poder del ser humano. El tanto tienes, tanto vales, desgraciadamente no siempre es una frase hecha. Pero hay poderes capaces de vencer a las fuerzas más dominantes de este planeta. A veces recurro al poder de la risa, hoy al de la fantasía.

Cuenta la leyenda que en la lejana ciudad de Hong Kong,  en lo alto del monte Victoria, donde la vista no alcanza y las grandes piedras sirven de refugio, habita un gran dragón de enormes dientes y garras gruesas y fuertes.
Cada noche, el dragón baja de la cima del monte hasta la orilla del mar para poder saciar su sed. Camuflado en la oscuridad de la noche, bebe y recupera fuerzas para permancer en su escondite durante el día.
Los más viejos del lugar, dicen que en su camino nocturno, si el dragón se encuentra a algún niño despierto, se convertirá en su presa y lo devorará de un bocado.
Por eso los niños deben obedecer a sus mayores cuando les mandan a la cama, antes de que llegue la hora en la que el gran lagarto de fuego realice su descenso al mar.
Hace unos años, llegaron unos empresarios que especularon con el terreno de la base de la montaña. Se le encargó a un arquitecto un enorme edificio, un rascacielos imponente que ocupaba la primera línea de playa.
Los niños miraban horrorizados la nueva construcción, lloraban aterrados al pensar que el dragón tenía bloqueado el paso y ya no podría bajar a beber agua del mar.
Temían que ello provocara su enfado y en su ataque de ira, decidiera comérselos aún estando dormidos a su paso.
Fue tal la presión, el poder de la fantasía de estos pequeños, que el arquitecto decidió cambiar el edificio.
Realizó un agüjero en el centro del rascacielos, para que el dragón pueda pasar por él cada noche en su camino al mar.

No es ninguna fábula, la historia aunque sorprendente, es real. Si alguna vez visitáis Hong Honk podréis comprobarlo.
La fantasía de unos niños hizo cambiar lo casi imposible.
La historia es como nuestro hombre del saco de España, aunque creo que de esos tenemos demasiados sueltos y no ceden tanto a la especulación inmobiliaria.