miércoles, 1 de diciembre de 2010

Criogenización


De pequeño tuve un canario al que llamé Buitre. Amarillito y cantarín, muy majo él.
Ya fuera por causas naturales o por alguna otra razón que desconozco, la pequeña avecilla doméstica estiró la pata de la forma más inesperada.
Tras los minutos de duelo de rigor, las lágrimas correspondientes y el sentimiento de culpa inevitable, surgió dentro de mi cabeza una de las ideas más científicas que se me han ocurrido en toda mi vida.
Adelantándome a cualquier experimento que la humanidad hubiera realizado hasta la fecha, decidí envolver el cuerpo sin vida en papel de plata y posteriormente colocarlo en un lugar apropiado dentro del congelador de la nevera.
Con los años he llegado a enteder que no exíste tal lugar apropiado en un congelador para depositar ese tipo de cosas. Lo digo para tranquilidad del lector.
Desconozco la reacción del primero que abrió el congelador, buscando quizá un muslito de pollo y encontrando en cambio el pollo entero. Pagaría por ver ese momento.
A ese tipo de experimento ahora lo llaman criogenización y son personas las que se piensan que siendo congeladas pueden ser reanimadas años después y conseguir así la vida eterna. Siempre he sido un adelantado a mi tiempo, aunque el adelantamiento fuera por la derecha y sin intermitente.
Por lo visto esta práctica está prohibida en nuestro país, así que puedo considerarme una especie de prófugo de la justicia que realiza experimentos ilegales.
En mi defensa alego la inocencia y desconocimiento de un niño de seis años, con ideas tremendas eso sí, pero inocente a fin de cuentas.
Más mayorcito tuve dos gorriones llamados Paja y Raco, y aclaro que al morir no fueron víctimas del mismo experimento.
El primero fue lo suficientemente inconcluyente como para repetirlo.