(foto: Robert Capa)
Hace 75 años nuestro país comenzaba una de sus etapas más oscuras y dolorosas.
Durante tres años, una España dividida derramaba sangre de inocentes, de vecinos y hermanos, sin que la historia pueda encontrar motivos.
Las guerras no entienden de razones, sólo de barbaridad y penurias.
Pienso en la cara de mis abuelos recordando una infancia perdida, unos años en los que ser un niño supuso el hambre y el miedo más terrible que se puede imaginar.
Los que vivimos en un país en democracia, que sabemos de la batalla por las ilustraciones de los libros, no somos capaces de ni siquiera imaginar la dureza de unos años lejanos pero que no conviene olvidar.
Cuando veo a adolescentes incultos lanzar brazos firmes al cielo, pasear banderas con águila dentro, o cantar himnos que aún duelen como balas, siento la pena terrible de un pensamiento escalofriante que hace pensar que el pasado todavía no se ha ido.
Pienso en mi abuelo metido en un barco repleto de niños, navegando hacia un futuro incierto. En mi abuela cosiendo y buscando pan.
Mi mente se llena de historias que tantas veces he escuchado y hoy me paro a pensar.
Por todos ellos, más que nunca, a pesar de que han pasado 75 años, siempre debemos recordar.