(foto:http://www.fotosqueimportan.com/)
Oigo un perro que ladra casi al compás de una música de fondo, lejana.
Un amago de sirena colorida, de las que viven fuera del mar y son la antítesis de una melodía.
Esta vez no son los cristales los que se empañan, sino las mentes pensantes de los que habitan una ciudad que hace tiempo perdió la cordura.
La prisa es el común denominador y el estrés tiende a infinito.
Me paro a respirar sentado en un ático lejano aún del cielo aunque el médico me lo desaconseja por el bien de mis pulmones.
No existe horizonte entre los edificios, no hay línea que marca el principio de lo que hay más allá de lo que nuestra vista alcanza.
La polución se mastica y la corrupción se hace, como la mala carne, un bola en la boca que imposibilita llegar a tragar.
Los sueños de la gente se derriten en el asfalto por el miedo al qué dirán.
Me faltan opinadores y me sobran inquisidores de lo ajeno.
Busco entre los edificios sin desaliento y observo la lejanía sin descansar.
Estoy seguro de que en los días claros, si se mira de la forma adecuada, desde Madrid también se puede ver el mar.