martes, 26 de julio de 2011

El terror de la demencia

(foto:http://www.highmotor.com/)


Horroriza la constante capacidad asesina del ser humano. 
En la televisión destacan la sorpresa de lo ocurrido en Noruega, ya que es un país tranquilo, en el que nadie se imagina que pueda ocurrir algo así. 
Yo creo que la locura, por muy cuerda y meditada que parezca, no entiende de lugares ni de procedencias.
El mundo se colapsa por la intolerancia más allá del color de sus banderas. Cada raza desconfía de la otra y a diario contemplamos las muestras de desprecio.
Que nadie se engañe, los racistas no son blancos, negros, sudamericanos, dominicanos, rumanos, chinos ni árabes. Lo son todos las razas porque la naturaleza del ser humano es la que es a pesar de la envoltura y el color de la misma.
Ocurren cosas como las de Noruega y nos tiramos de los pelos, pero no parece importarnos tanto las palizas por parte de grupos neonazis a chicos africanos, ni los apuñalamientos de las bandas latinas, ni agresiones a marroquíes y viceversa, ni las extorsiones de las mafias del este. 
Eso ocurre cada día en nuestro país, en nuestras ciudades. Es la semilla de un odio que germina en dementes iluminados que llevan a cabo masacres.
Hace tiempo que pienso que vivimos en un país racista, tanto como cualquier otro. En un mundo que presume de global sin llegar ni a la suela de los zapatos. 
El ser humano sigue demostrando su inferioridad en la escala evolutiva, ya que cuenta con el poder de raciocinio e inteligencia, pero sigue con un instinto asesino que es tan sólo el placer de matar por matar.
Sólo importa imponer un pensamiento, una religión, una raza.
Somos tan ignorantes que no comprendemos que la riqueza se basa en las aportaciones constantes de lo externo, en la retroalimentación de a especie.
No basta con mirar el informativo y sentir horror con lo ocurrido. Hay que asumir la realidad e incluso la parte de culpa.
Pensemos en el mundo que les quedará a nuestros hijos.