martes, 28 de septiembre de 2010

Mis amigos los duendes



Hace pocos días que me encontré con el primer duende. Si digo que fue el primero, es porque después he ido conociendo más y a cada cual más simpático y carismático. No tienen orejas puntiagudas ni van vestidos de verde, pero sí tienen unos grandes ojos de miradas atentas y profundas.
Son mágicos, porque de sus sonrisas brota una alegría contagiosa que en ocasiones te crea un sentimiento contradictorio. Algunas veces piensas que el mundo no es justo con ellos, pero sus amplias y desinteresadas sonrisas te hacen ver que lo que no son justas son algunas de nuestras quejas cotidianas.
Hay días que parecen tristes y enfadados, pero basta con encontrar el punto de cosquilla exacto para que de nuevo iluminen la habitación con sus carcajadas.
Ayer estuve un rato con un pequeño duende con el que aún no había hablado. Me mostró unos cromos de Doraemon, un bicho azul con el que no conseguimos ponernos de acuerdo en si es un gato o un marciano. No importa. El caso es que al fin nos reímos, después de meses de aislamiento y pocas defensas recorriendo su diminuto cuerpo, este duendecillo me regaló su fresca risa poblada de pequeños dientecitos. Me regaló también sus cromos repetidos, aquí los guardo, porque cada obsequio de estos duendes son como oro en paño.
Algunos de estos seres mágicos se marchan siguiendo una luz que señala un lugar más tranquilo, otros se quedan entre nosotros para seguir enseñándonos la verdadera bondad de este gris mundo.
Los que se vayan harán mella en el corazón y será complicado no recordarlos.
Los que se queden, nos seguirán enseñando que no hay nada que no pueda vencer una sonrisa.
Que no hay enfermedad, por malvada que sea, que consiga arrebatarnos la risa mientras jugamos.

(A todos los niños de Oncología del hospital Niño Jesús de Madrid)