lunes, 6 de septiembre de 2010

Mi coche me mira mal


Durante el verano vengo observando cierto resquemor en la blanca mirada de los faros de mi coche. Cada vez que paso por delante parecen seguirme espectantes, casi al acecho. Al principio pensé que serían imaginaciones mías, dado además que sería de locos pensar que un coche pudiera estar enfadado, al menos sin motivo aparente.
En el tiempo que llevamos juntos el único altercado ha sido cuando le robaron su antena, suceso ajeno a mi responsabilidad como dueño y piloto por supuesto. Y es más, aquello fue solucionado rápidamente por mi, como diría Forrest Gump, muy mejor amigo al que llamaremos Tercero para no inculparle y delatarle. Lo cierto es que me consiguió dos antenas que aún sigo sin querer saber de dónde las consiguió, pero que se lo agradezco enormemente.
Fueron unos días tensos en los que mi coche no me hablaba, apenas me hacía indicaciones, y si las acataba, muchas veces lo hacía al contrario en una muestra de malintencionada dislexia galopante.
Desde entonces todo ha ido como la seda, cambio de aceite, que no era de oliva extra porque no podía (conste), nuevos filtros de aire, gasolina siempre a punto, una vida plena en resúmen.
Sin embargo, este verano parece que las cosas han cambiado. Vale que han sido muchas horas aparcado al sol, con la única compañía de la tortuga de peluche del salpicadero, que dicho sea de paso tiene unas conversaciones interesantes pero que pueden llegar a ser de ritmo lento.
¿Viajes?, pocos la verdad. Uno y gracias. Parece que no es suficiente, pero la crisis aprieta e incluso él debe entenderlo, que aquí si nos apretamos el cinturón lo hacemos todos.
Lo único ciertamente reprochable es su higiene personal, pero no es mi culpa sino de Murphy. Sí,  el Murphy puñetero de toda la vida, el de las leyes que siempre se cumplen. Dos veces ha llovido este verano, pues con eso sabéis las veces que he lavado el coche.
No llueve al gusto de todos, pero ¿por qué no puede ser la lluvia limpia?. Encima son tormentas con arena del Sáhara, que se convierte en un barro anaranjado asqueroso que hace que la publicidad del Hollyday Inn que te han dejado en el parabrisas se moje, se empaste, se seque y se convierta en calcamonía de la luna delantera para los siglos de los siglos.
Así que cada vez que paso por delante y noto la tirantez existente, digo en voz alta: "tengo que lavar el coche". Así me oye y se apacigua, o eso creo. Le he puesto un quitasoles de lo más mono y un ambientador que no es de los chinos, sino del carrefour, que ojo, es francés, ¿y de dónde vienen los perfumes?
Por si acaso voy a ver si planeo un viajecito, no vaya a ser que tenga motín a bordo y se me desmadren los cuarenta caballos, que a día de hoy me sigo preguntando cómo demonios le caben tantos equinos ahí dentro.