Mientras que otros hacen zapping en su televisor buscando programas de corazón, yo he gozado del dudoso privilegio de poder disfrutar del show con la única separación de una pared. Tampoco vamos a engañarnos pensando que es una pared robusta, de esas que aislan del frío y el ruido.
Sólo añadiré que tenían una vida sexual medianamente activa.
Y es que he tenido unos vecinos que conservaban la media de una discusión por día. Extraordinarios pulmones, con una capacidad de mantener el tono del grito sin llegar a la afonía.
Me sé su vida mejor que la de muchos de mis amigos.
Cuando la cosa se ponía interesante, ya que la televisión prácticamente no podía escucharse, decidía ponerla mudo y girarme de cara a la pared para centrarme en el tema conflictivo del día. En más de una ocasión quisé intervenir para dar mi opinión, pero me parecía un poco fuera de lugar.
Que nadie se confunda pensando que me ponía con la oreja pegada a la pared para poder escucharles. El método del vaso de cristal funciona muchísimo mejor, se consigue una nitidez magnífica.
Después del embarazo, de los cuernos y de la plantación de maría que descubrí en su terraza, hace poco decidieron mudarse.
Recuerdo su cara de extrañeza al verme despedirles desde el balcón a lágrima viva y con un pañuelo blanco, pidiéndoles que me escriban para ponerme al día de las últimas novedades.
No es menos cierto el dicho de otro vendrá que bueno me hará.
Los nuevos viven en un silencio sospechoso hasta eso de las 12 de la noche, que encienden las luces y comienza el ruido y las conversaciones hasta las 6 o 7 de la mañana.
¿Gremlins? ¿vampiros?
Ni idea. Sólo sé que no queda ni rastro de la plantación de marihuana.