En este país seguimos autoconvenciéndonos de que el machismo es algo que desaparece de nuestra sociedad, como si fuera algo de una España de otro tiempo, un asunto lejano. Mientras tanto seguimos dando muestras de lo contrario.
No sólo por los atroces asesinatos que cometen indeseables cobardes que siguen con el serás mía o de nadie grabado a fuego en la frente, sino por la actitud que mantenemos hacia asuntos de nuestro día a día que son para tirarse de los pelos.
Como periodista me cansa ver a la chica mona de turno, que se abre paso en programas que las utilizan de reporteras como reclamo para machos Alfa en celo. Cuanto más corta la falda más minutos en pantalla.
Me resisto a pensar que las mujeres, las muchas periodistas de calidad que conozco, no aprieten los dientes mientras hacen rechinar sus colmillos al verlas. Dudo que sólo yo lo considere patético.
Exísten muchas revistas y páginas de internet donde pueden exhibirse mientras dejan trabajar a verdaderas profesionales.
Sería mejor que alguna continuara su relación personal con el futbolista de turno y sus anuncios de champú, mientras deja de pasear su sosería y poses forzas por diferentes cadenas. Hay muchas mujeres capaces de hablar de fútbol y hacerlo muy bien, sin estar tan pendientes de su peinado.
La desigualdad laboral sigue siendo un machismo claro que nos machaca. Es cuestión de querer verlo.
No creo que la solución para el baloncesto femenino sea cortar más los pantalones y hacer los uniformes más ajustados. La decisión es tan lamentable como ridícula.
Luego saldrá algún lumbreras con ideas de que el machismo nos viene de otros continentes, que la inmigración eleva las cifras.
Lo malo es que nos lo creemos.
Lo peor, que convivimos con el machismo y no somos capaces de reconocerlo.