Pasear por la Avenida Pablo Iglesias tiene sus contrastes.
Por una acera pasan caminantes, corredores esporádicos y otros obsesivos, todo mezclado con una gente de clase media pudiente e incluso tirando a alta.
Por la otra acera hay un par de personas que cada madrugada ocupan los soportales para dormir bajo cartones. Chicos africanos, muy jóvenes, que aprovechan el fin de semana para ganarse calderilla como aparcacoches, para raparse el pelo los unos a los otros en el parque adoquinado y echar un sueñecito aprovechando la sombra de los árboles.
Los campos de golf atraen a otra clase de personas. Pero mi comentario no va enfocado en esa dirección, quizá otro día.
Siento rabia al ver cómo personajillos bien vestidos, se acercan a estos chicos con una amplia sonrisa de buitre hambriento en la boca y un panfleto entre las manos.
The salvation is here le decía un pequeño hombre de bigote canoso y gafas a medio caer en la nariz, mientras le señalaba las venenosas letras. Qué cabrón, pensé yo.
No me gustan las alimañas que se nutren del sufrimiento ajeno. Es despreciable que intenten captar siempre a los más castigados por la vida para intentar satisfacer su causa.
Me gustaría saber qué tipo de cosas les ofrecen y prometen.
Al girar la cabeza instantes después, el hombre del bigote se convirtió en buitre y atrápó con las garras al muchacho que ni siquiera opuso resistencia. Se alejó aleteando el carroñero con sonrisa triunfante mientras mi frustración crecía.
Hay cosas en este mundo que sigo sin entender y por más que me esfuerzo no logro comprenderlos. Es una rebeldía que me quema por dentro, que a veces debo contralar.
No es fácil, quizá porque para cambiar algo de nuestra actitud es necesario quererlo.
Sinceramente, yo no quiero.