martes, 16 de noviembre de 2010

Una rana en mi terraza

 
Desde hace bastantes años vive escondida en mi terraza una rana diminuta, de color verde intenso y unos ojos fijos y redondos.
Sale sólo cuando llueve.
Se deja empapar por las gotas como si recuperara de esa forma su energía, entornando los ojos y permitiendo que resbale sobre su piel el agua fresca que le brinda el cielo.
Hemos intercambiado miradas que son más que suficientes para hacerse mutuamente compañía, fomentar un respeto mutuo y entender una peculiar convivencia.
Le he contado cosas que nadie más sabe ni sabría, porque es la única que aparece cuando arrecia más la lluvia y la tormenta aparece con más fuerza que nunca.
Su presencia me tranquiliza y me da calma cuando es más necesaria y los truenos parece que van a derrumbar el mundo.
Lo cierto es que nadie más es capaz de ver mi rana verde a través de la ventana. Pero está ahí, para aconsejarme y orientarme cuando más agua cae y se complica ver el camino.
Como me dijo ella un día, cuando hay sol y buen tiempo, cualquiera es capaz de salir a la calle. Lo difícil es hacerlo cuando el momento es gris y frío, la lluvia empapa el alma, y aguantar el chaparrón depende sólo de nosotros.
Los que no la ven es porque no saben mirar bien el reflejo de los cristales, porque esa rana, soy yo mismo.