jueves, 11 de noviembre de 2010

Manazas sin fronteras


Lo reconozco, soy un manazas. Quizá sea una cuestión genética o simplemente una ausencia de habilidad y destreza adquirida. No lo sé, pero lánzame algo desde la otra punta de la habitación y verás el resultado.
Ahí viene la mejor parte, que he desarrollado una capacidad unida a la torpeza realmente sorprendente. Se le podría llamar efecto dominó, que a veces puede resultar divertido para el espectador, pero no tanto si el que lo observa está directamente implicado en el asunto.
El otro día al sacarme las llaves del bolsillo demostré que soy capaz de hacer unos malabares muy personales. Puedo dar más de veinte palmeos a las llaves hasta que finalmente tocan el suelo. Para hacerlo más visual, es como si el llavero estuviera al rojo vivo y me pasara rápidamente las llaves de una mano a otra para no quemarme.
Alguno estará pensando; pues vaya cosa, eso yo también lo hago. La diferencia es que yo no lo hago aposta.
A eso hay que añadirle mi expresión característica cuando finalmente tocan el suelo: Uy.
Palabra que se ve multiplicada si continúo mi historia. Después de mi destreza circense, al agacharme a recogerlas, doy con la cabeza en un vaso que está encima de la mesa, que al caer, además de derramar el agua, pega en el borde de un platito de cerámica decorativo que salta por los aires, que al intentar salvarlo al vuelo, le doy con el culo a la estantería tirando el marco de fotos y haciendo bailar la maceta situada en su parte más alta. La maceta vive, el marco...
Resultado: Uy, uy, uy...uy
Dicen que el primer paso es reconocerlo, así que no tengo ningún problema en hacerlo. Tengo menos habilidad en mis extremidades superiores que un pingüino mareado. Supongo que es parte de mi encanto.
Así que desde hoy me declaro miembro fundador de la ong Manazas sin fronteras, si alguien quiere apuntarse, basta con que alguna vez haya roto un plato, y 3000 euros de inscripción para gastos.