martes, 14 de junio de 2011

La negrura de la Blanca Paloma

(Foto: Reuters)

No contemplo el fanatismo como una adecuada expresión de los sentimientos del ser humano.
Mantengo, siempre que puedo, el discurso de la tolerancia y el respeto como pilares fundamentales de lo que debe ser una sociedad evolucionada, en consonancia con la modernidad y alejada de conflictos entre personas, que recuerdan a etapas pasadas teñidas de negro.
Tolero las creencias de cada uno, pero no comparto los métodos ni las formas.
No me gusta la masa de gente que cada año salta la verja entre empujones, puñetazos y agresiones de todo tipo, para recorrer el camino desde Almonte hasta El Rocío arrasando todo a su paso.
He visto con mis propios ojos la flora pisoteada, la basura acumulada, los nidos destrozados de numerosas aves que habitan en una de las zonas ornitológicas más ricas de nuestro país.
Doñana es arrasado cada año por el folclore, con la idea falsa de que el ser humano tiene la pertenencia de todo aquello.

He conocido gente apaleada por defender lo que hoy traslado en mi escrito. 
Fui parte de los rescates nocturnos, evitando ser vistos, para salvar especies que correrían una suerte no buscada, un final brindado por una especie que entiende demasiado de devastación y poco de respeto
Nunca he sido devoto de ninguna imagen, ni las religiones me aportan lo necesario para creer en ellas.
Pero mis ojos han visto lo suficiente para entender, que al ver cómo un paraíso natural se convierte en infierno, no es extraño que llore la Blanca Paloma.