(foto:http://anxonfire.blogspot.com)
El cielo de Madrid luce el plomizo color del que siente añoranza en blanco y negro.
El abrazo que se antoja ausente en la mirada del que contempla la distancia de un horizonte sin mar, sin olas que se filtran en la brisa que humedece la cara.
Ventanas cerradas con el reflejo de luces externas que se funden en destellos.
Recordar es poner la mente al servicio del pasado, de la melancolía, de la huída, del anhelo de tiempos pasados que sólo exísten dentro de la cabeza, como huellas en la arena que no son destruídas cuando sube la marea.
El futuro es para los que viven el presente sin el anclaje del ayer.
Las últimas gotas de una tormenta anunciada se convierten en estrellas. El azul se intuye entre las nubes mientras la ciudad anochece, mientras llega la limitada calma de un Madrid que nunca duerme.
Me convierto en vigía para observar la luna que se asoma tímida y da las buenas noches.
El amanecer duerme esperando a despertar conmigo.
Mañana será otro día, igual que cualquier otro, tan distinto a cualquiera.