jueves, 30 de junio de 2011

Caldos públicos


Con la llegada del verano los habitantes de las grandes ciudades enloquecen por ponerse a remojo en las múltiples piscinas públicas.
En algún otro momento ya he dejado ver mi escaso gusto por estos lugares, pero intentaré ser más específico.
Unas grandes piletas de agua, supuestamente depurada, que alberga a cientos de individuos prácticamente apilados los unos encima de los otros, no creo que sea lo que mejor cumpla las normas de sanidad.
Muchas de estas piscinas son como un vagón del metro de Madrid en hora punta. Unos pegados a otros mirándose de reojo y sin poder casi ni moverse, para intentar no meterle el dedo en el ojo al de al lado.
Esa masa de agua recopila los pelos y su respectiva grasilla capilar, el sudor de los muchos que todavía no han comprendido que las duchas están puestas por higiene y por respeto al prójimo, por no hablar del resto de cosas que un ser humano puede expulsar de su cuerpo.
Me sorprende ver las largas colas para conseguir entrar al caldo común, sobre todo a esas mujeres de avanzada edad que están morenas como pasas de california los 365 días del año. El sol en grandes cantidades arruga y produce cáncer, pero eso tampoco parece importar demasiado.
Lo peor es que encima el negocio es redondo teniendo encuenta los precios de las entradas.
Francamente, si alguno de los que estáis leyendo este blog tenéis la necesidad este verano de encontrarme, ya sabéis un lugar al que os podéis ahorrar la visita para la búsqueda.
A este paso me compro una piscina de plástico de esas tan majas para los niños, me la instalo en la terraza y me pongo a remojo, que estará igual de calentita el agua y al menos los pelos, sabré que son los míos.