Suele ser un calificativo positivo en nuestro idioma la palabra pepino en sus diferentes y posibles usos lingüísticos.
Cuando alguien se compra un coche nuevo con un motor de tropecientos caballos, lo muestra orgulloso mientras comenta que va como un pepino.
Si Cristiano Ronaldo le pega duro a la pelota, ha sido un pepinazo.
El fantasma que alardea de sus atributos masculinos, probablemente mentirá con orgullo diciendo que lo suyo es tremendo pepino.
Un guantazo bien dado se puede catalogar de pepinaco.
El pepino hace algo en los ojos de las mujeres cuando se lo ponen en rodajas. Siento no poder aclarar exactamente su función.
Y una crema a base de pepino arregla el cutis y lo pone como el culito de un bebé. Algo que yo siempre había tenido por algo rechonchito con olor a caca, pero parece que sólo se quedan con el dato de la suavidad.
Eso sí, el pepino se repite, sí, se repite.
Paréntesis culinario: dicen que si le dejas un poquito de piel al pelarlo deja de hacerlo.
Como todo en la vida, tiene su parte negativa. Hay un uso peyorativo cuando se dice que esto me importa un pepino. Pero seamos claros, es una descalificación compartida con me importa un bledo, un pito, un carajo, un pimiento y un largo etc.
Yo personalmente no voy a comer pepino porque me repite. Sí, me repite.
Debemos alzarnos todos a una, pepino en mano, contra la opresión a la agricultura española. Nos tiran las fresas, el pepino, la cebolla y ya nos tienen hasta el nabo.
Que digo yo, que antes de señalar al culpable, deberían analizarlo bien y ser conscientes de las pérdidas millonarias que pueden suponerle a un sector ya de por sí castigado por la Unión Europea.
Queda claro una vez más nuestro peso en Europa. Por suerte o por desgracia, nosotros y nuestros pepinos, les importamos un bledo, que para quien no lo sepa, es una planta de la familia de las acelgas.