viernes, 7 de enero de 2011

Se van los Reyes


               (foto: artelista.com)

En los últimos años, lo que más me gusta del día de Reyes es cuando sales a la calle y empiezas a cruzarte con niños desbordados de felicidad que van paseando sus nuevos juguetes. No cabe duda de que es un día para ellos, para que lo disfruten y vean saciadas sus ilusiones.
La sociedad consumista tiene también una cosa buena, aunque sea algo que sólo tiene unas pocas horas de duración.
La cara de felicidad de un niño contrasta con las expresiones sombrías que se generan en los adultos, ya sea por circunstancias ajenas o creadas por nosotros mismos. Hay un momento en la vida en la que dejamos la sonrisa inocente y se nos cambia la mirada. Conocemos las preocupaciones y dejamos que marquen nuestras vidas, en ocasiones, de forma descontrolada.
Es ley de vida, de una forma u otra vamos creciendo, pasamos del deseo de recibir al gozo de entregar.
La alegría va por barrios y por desgracia la felicidad de los niños no es generalizada. Demasiados lugares en el mundo tienen realidades muy distintas que con frecuencia se nos olvidan.
Niños que no son niños, que no les dejan serlo, que nunca han podido y ya no podrán. El reparto no es equitativo, siempre es el unos tanto y otros tan poco, la suerte de nacer en un lugar o en otro.
Hay que alimentar las sonrisas hasta llegar al máximo de sus capacidades, hay que dejarlas llenas hasta arriba para que nunca se acaben las reservas.
Para que se pueda tirar de ellas cuando la vida pase y la cruda realidad ataque.
Para que la ilusión y la inocencia siga presente aunque se endurezca la vida.
Para que hoy y mañana, sigamos siendo niños todavía.