viernes, 14 de enero de 2011

Daños colaterales


(foto:tecnologyc.com)

Ayer por la noche, mientras escribía en mi ordenador, sentí un ligero picor de narices. Como ante cualquier cosquilla molesta, reaccioné de inmediato. Coloqué mis dedos índice y pulgar sobre la nariz, uno a cada lado de los agujerillos. Presioné con un ligero deslizamiento hacia la parte inferior de la napia, consiguiendo de modo eficaz, el alivio del indeseado picor.
A la par que saciaba mi desagrado, pude ver que un pequeño pelo de color negro se desprendía y se precipitaba en caída libre hasta las teclas del ordenador. Intenté rescatarlo antes de que se perdiera entre alguna rendija, pero no fue posible, cayó.
Pelillos a la mar, pensé.
Eran las 12 en punto, hora idónea para escuchar el boletín informativo. Abandoné por unos segundos la pantalla del ordenador y apreté el mando que encendía la radio.
No es que se hubiera producido alguna noticia de magnitud o que fuera destacada, pero era simplemente el hecho de estar informado. Antes de buscar noticias me paré en la primera emisora que salió.
Un tipo con voz seria y tono periodístico, hablaba de temas bélicos. Parecía que entendía bastante de lo que hablaba. Comentaba algunos conflictos que continúan encendidos en el mundo, las razones diplomáticas, políticas y demás.
Unos segundos después, como una puntualización a una frase presuntamente elaborada y de dar vueltas a ideas confusas disimuladamente por parte del interlocutor, culminó con la palabra: daños colaterales.
Coño, me dije. Este tío sí que sabe
Desde ese momento se me encendió una especie de lámpara en mi interior, que hasta entonces había permanecido apagada. Debía aprender de la sutileza del vocabulario de aquel hombre tan ilustrado.
Fui iluminado, y consciente de mis carencias léxicas, pensé detenidamente. 
Lo que se me había caído no era un pelo, sino un vello de las fosas nasales. No estaba escribiendo en mi ordenador, sino en mi computadora portátil. No es que no pudiera rescatarlo de las teclas, sino del teclado de formato español. Y había pulsado el sensor del mando a control remoto que encendía mi equipo de sonido, en el momento en que apartaba mis órganos videntes del monitor de la computadora.
Lo curioso es que después de pensarlo no me enteré ni yo mismo de lo que había hecho. Misión cumplida. Ya sé hablar como miles de políticos y contertulios que nos adoctrinan con su sabiduría.
Voy a tomar nota, y la próxima vez que tenga que hablar de víctimas inocentes que van a morir por culpa de los de siempre, lo llamaré: daños colaterales, que suena cojonudo.