jueves, 13 de enero de 2011

Menudo invento el Fotomatón

(foto:blogs.ya.com)

A todos nos supone una aventura que nos embriaga, no de alcohol sino de gozo, cuando para cualquier nimiedad nos instan a instantanearnos, es decir, a sacarnos unas fotos.
Si tiene que renovar su D.N.I, su Abono Transportes, su carné del gimnasio, biblioteca o del club de socios de la fundación protectora del gorila gris filipino, siempre y como norma indispensable, deberá presentar los correspondientes retratos.
El nombre del inventor del fotomatón me es absolutamente desconocido. Sin embargo la mala gaita del susodicho, me consta. 
Tras correr las cortinillas de la cabina y pasar de rosca tres veces el asiento, se cumple la primera parte de la palabra, “foto”. 
La segunda llega cuando aparece en la rendija exterior, ese rostro blanquecino que lamentablemente se parece ligeramente al suyo, entre otras cosas porque lo es.
No se esmeren en intentar taparlo para que los que por allí pasen no lo vean, se reirán de todas formas los de la comisaría, el metro, el gimnasio, la biblioteca, y a lo mejor en la fundación protectora del gorila gris filipino le hacen miembro de honor, por aquello de su solidaridad con el color de la dermis.
Por todo ello, nos sube por las venas un sentimiento de matón que darían ganas del suicidio. No lo hagan, porque corren el riesgo de que en su lápida pongan su foto más reciente.
Sin embargo, el género humano es tan obtuso, que iremos siempre con la foto en mano, a buscar la parcialidad más absoluta, ya sea pareja, madre o abuela. 
Después de hacernos de rogar falsamente, enseñaremos con desdén la instantánea, ocupándonos muy mucho de fustigarnos a nosotros mismos. Es la bien conocida como psicología invertida, que no busca más que la respuesta:
- Pues no estás tan mal… yo quiero una.
Pero, ¿por qué nos enfadamos cuando la respuesta es simplemente: pues es verdad, has salido horroroso?

El orgullo del ser humano es tremendo, pero no cabe duda de que el impacto del fotomatón lo es mayor todavía.