martes, 4 de enero de 2011

No me pesan los bolsillos

(foto:1de3.com)

Cada vez que me hablan de precios armonizados se me erizan los pelos, y que conste que tengo unos cuantos a lo largo y ancho de mi cuerpo.
La economía me da urticaria y se me atraganta en sus conceptos, inventados sin duda para despistar al ciudadano de a pie con sus siglas.
Para mí un índice siempre será un dedo y la bolsa si no es con asas  me resulta incómoda. Si encima me la cobran, ya me tocan la fibra, por decir algo sin hacer referencia a otro tipo de bolsas, las testiculares, que sin duda le darían un toque ligeramente más grosero a este escrito.
No hace falta ser un tiburón de Wall Street para percatarse de que no salen las cuentas. Suben los precios de todo, menos los sueldos, que siguen más congelados que los hielos de mi nevera, que se les formó una capa alrededor de las cubiteras y no hay Dios que consiga sacarlas.
Me pesan los años, las cargas de las facturas, pero no los bolsillos. Ligeros de equipaje van pasando los años sin que todavía sea capaz de encontrarles los agujeros, porque por algún lado deben tenerlos. Desde hace tiempo mis pantalones van con las orejas fuera.
Escucho hablar de los parqués y no me cabe duda de que algún día acabarán por acuchillarlos.
Tengo tarjetas de crédito, pero no rédito.
Tengo un préstamo que no se paga con el Santa Rita, lo que se da no se quita.
Y si firmo un talón, ni el mismísimo Aquiles me lo cambiaba por el suyo.
Me he comprado una hucha de cerdito y si siguen así las cosas acabaré comiéndomela a mordiscos, que siendo como son los chinos, estoy seguro de que ya le han sabido poner cierto sabor a jamón a la cerámica.