lunes, 5 de septiembre de 2011

Conductor de vanidades


El ser humano necesita sentirse superior al resto de los miembros de su misma especie como cualquier otro animal del planeta.
Las técnicas son distintas, pero el fondo de la cuestión es la misma; dominar la manada.
Hay ejemplares que contienen en su estructura genética, una mayor dósis de necesidad de demostrar un poder (que no siempre es real) que le sirva para encontrarse más cómodo al estar rodeado de otras personas.
La incapacidad de destacar por cualidades propias o aprendidas, lleva generalmente a caer en la arrogancia y en el despotismo más absurdo.
Lo malo de la vanidad, es que cuando es uno mismo el único que se esmera en piropearse o alabarse, el resto de personas se percatan rápidamente de la película y llega a rozarse el ridículo.
En el periodismo he aprendido que si tu ego está en los niveles normales, ni alto ni bajo, terminas siendo un mero conductor ( y no me refiero a un pez que conduce) de la estupidez reinante.
Cuando se me dispará y pasa la línea que marca el máximo, agradezco la colleja que me devuelve a la tierra. Cuando roza el mínimo agradezco que me hagan mantener la calma.
Con los años he asimilado que la mejor forma de demostrar el valor es envainando la espada, así que alejo pensamientos beligerantes que lo único que me producen son dolores de estómago.
Respiro, cuento hasta diez y desenfundo la sonrisa.
No recojo autostopistas, pero sí especuladores de felicidades utópicas.
Si alguien quiere subir, mejor que deje las vanidades en la cuneta.