jueves, 14 de abril de 2011

La procesión de los ateos



No me gusta la intolerancia se vista del color que se vista, o sea cual sea el símbolo religioso que pretenda representar.
Me da lo mismo si una persona cree en un Dios, en dos, cien o ninguno. Lo que importa es que no imponga su creencia a la del resto, ni que desprecie los símbolos de los demás por el simple hecho de no ser los propios.
Cada cual debe tener la libertad de manifestar su religiosidad siempre y cuando lo haga sin ofender la del que tiene al lado. Sé que es mucho pedir a  una especie como la nuestra, que históricamente ha derramado demasiada sangre en guerras provocadas por este motivo, pero creo que merece la pena intentarlo.
Las procesiones suponen un toque folclórico en un país laíco de mayoría católica. Si el mensaje religioso no lo compartes ni lo entiendes, no pasa nada, que pasen por una calle mientras tu sigues tu camino por una paralela.
Si un hombre se arrodilla mirando a la Meca, aún queda mucho sitio en la calle para seguir caminando.
Lo lamentable es que no somos capaces de verlo como una libre expresión, sino como un ataque directo hacia nuestra persona.
Pretenden hacer una procesión de ateos en Madrid y el mensaje no me gusta. Si no creo en Dios no tengo derecho a mofarme de los que lo hacen, ni a intentar demostrar una rebeldía tan absurda como innecesaria.
Hay demasiadas injusticias en el mundo, demasiada miseria, dolor y hambre, como para gastar energías en cuestiones pasadas de rosca.
Es mi elección creer o no creer. Es mi opinión que no me gusten los hombres que dirigen la cúpula eclesiástica ni lo que expresan cuando hablan. Debería ser nuestra obligación tolerar a los que piensan distinto.
En un mundo donde todos piensan igual, ninguno piensa demasiado.