Nos levantamos cada mañana resoplando y mirando el despertador con serias tentaciones de lanzarlo por la ventana. Con la extraña sensación de estar perdiendo nuestra vida por segundos y sin tener una solución concreta para remediarlo. Pensamos en el trabajo como esa tortura rutinaria que nos impide hacer otras cosas.
Sin embargo, no es más que algo propio de la naturaleza del ser humano el estar siempre inconforme con lo que se tiene y deseoso de lo que no. Es cierto aquello de que nunca se sabe lo que se tiene hasta que se pierde.
No estoy hablando de conformismo y estancamiento. Todo lo contrario. Siempre hay que seguir luchando para aspirar a lo máximo, pero sin descuidar que se podría estar peor. Hay que partir de algo, de una base, para después empezar a escalar la montaña que cada uno tenemos desde que nacemos.
El otro día viendo la televisión (que a veces también se encuentran cosas interesantes que ver), encontré varios casos de mujeres, madres solteras, sin trabajo, con órdenes de desaucio y una desesperación contagiosa, que luchaban porque alguien les diera un trabajo para poder cambiar su situación. Dan ganas de besar al despertador al levantarte y casi darle las gracias.
Uno de los niños, con la intención de ayudar a su madre, se arrancaba los dientes para que así el Ratoncito Pérez le dejara dinero debajo de la almohada.
Quiero creer en la magia, en los ratones que dejan monedas debajo de una almohada a cambio de un diente. En las hadas que conceden deseos, en los genios que salen de lámparas al frotarlas. La inocencia de los niños no puede cortarse de golpe por una realidad que no les corresponde comprender.
Al terminar el programa volví a los viajeros derrochadores de dólares y a las mansiones habitadas por malos de cuento sin escrúpulos. La riqueza está tan mal repartida que roza lo absurdo.
Hoy me he levantado pensando que mañana quizá pueda ser mejor, que lo que se tiene hay que exprimirlo y aprovecharlo.
He mirado por la ventana mientras aún ni siquiera amanecía y he dejado una moneda debajo de mi almohada. Esperando, que tal vez, Pérez la recoja y se la lleve alguno de estos niños que no tienen nada.
Aún creo en la magia.