La Semana Santa me huele a torrijas que endulzan con su aroma el camino hacia la cocina. Me huele a patatas huecas en la despensa de la casa del pueblo de mi abuela. Me sabe a infancia, a momentos que no volverán pero que en un futuro se completarán con recuerdos nuevos.
La Semana Santa huele a velas, a incienso. Suena a tambores y trompetas, a saetas.
Es el silencio de los que reflexionan y el fervor de los que basan sus esperanzas en las figuras que transportan sobre sus espaldas. La creencia en lo divino más allá de lo humano.
Pasión para los creyentes y folclore para los que no lo somos.
Respeto de tradiciones a fin de cuentas que llevadas al extremo no son buenas, pero que en su principal esencia dan escenas llenas de olor, sabores y colores.