La lluvia huele a calma, a un paréntesis de pausa en un caos de ruido y humo. Suena a pequeños golpes tamborileando en los tejados, en las ventanas, en el suelo.
La lluvia huele a los árboles que suspiran de alivio, a los jardines que dejan salir su fragancia para depurar sus hojas cubiertas de contaminación con un grosor de varias capas. Sabe a nubes dulces que acicalan sus cuerpos y limpian el cielo de una suciedad invisible pero espesa.
La lluvia refresca las ideas recalentadas y las cabezas chamuscadas de tanto pensar. Recorre cada milímetro de la cabeza a los pies, mientras cala con una dósis justa de melancolía que renueva la energía y las ganas.
La lluvia despierta los pensamientos, la reflexión y la memoria.
El agua nos aporta la cantidad de vida necesaria para limpiar lo antiguo y empezar de nuevo con los hombros menos cargados.
La lluvia llega tan rápido como se marcha.
No es eterna. No importa, del resto el sol se encarga.