miércoles, 30 de marzo de 2011

La historia del hombre sin cabeza

(foto: http://es.dreamstime.com/)


El otro día iba caminando por la calle y me asustó mi propia sombra que apareció de pronto y sin previo aviso. En el fondo me gustó porque la vi más delgada, y aunque pensé en cómo lo habría hecho la maldita, su buen aspecto apacigüó el conato de envidia.
Después de unos instantes de observación caí en la cuenta de que algo le faltaba. Sorprendido miré a mi sombra sin cabeza que se encogió de hombros y señaló la mía. Comprobé rápidamente que no me la había dejado en casa y constaté su generoso tamaño habitual y su genuína belleza (este último piropo es para compensar el hecho de haberme llamado cabezón palabras antes).
Ultimamente vivo en un estado mental que roza el Homer Simpson, que algunos ya me han diagnosticado como astenia primaveral. Si tenemos en cuenta que suele afectar a un 2% de la población y especialmente a las mujeres, estoy empezado a considerarme un ejemplar digno de estudio.
Dentro de unos años me veo metido en un marco acristalado, pinchado con un alfiler y una etiqueta debajo que me identifique como Homus Raritus. Coleccionistas y taxidermistas se volverán locos por conseguirme.
El otro día me vi en el espejo del baño y dije; perdón, no sabía que estaba ocupado.
Supongo que son rachas en las que tu cabeza se toma unas vacaciones cuando llega a un punto de saturación máxima.
Espero que al menos me envie una postal, aunque nunca ha sido muy detallista.