viernes, 18 de febrero de 2011

Malos humos y escozores

(foto:atp.com.ar)

Cada día es un madrugón y un tortazo de la rutina, pero no es tan grave. Los que me conocen mínimamente saben que no miento al contar que a las 5:40 de la madrugada estoy cantando en la ducha cada día.
Es realmente complicado encontrarme de mal humor sin más. Puedo cabrearme por algo concreto, lanzar rayos y centellas por la boca, pero realmente no es común en mí ese estado de ánimo sin motivo.
Será por eso que no entiendo a las personas que viven de la forma contraria. Cada vez menos.
Parece que se levantan de la cama con escozor anal y eso repercute a cualquiera que se cruce en su camino. La amargura es una forma de tortura de los infelices.
A ese tipo de gente les atormentan las risas, las carcajadas. No son capaces de comprender que un buen trabajo puede realizarse sonriendo y con una alegría que estoy convencido de que es contagiosa.
Los sentimientos pasan de unos seres humanos a otros como los bostezos. Quizá sea por empatía o simplemente una cuestión de transmisión sensorial.
Estoy aburrido de los malos humos de los que se fuman la vida con el ceño fruncido. Los rancios de mirada me cansan con su pretensión de una superioridad inexistente. Nunca he sido de reverencias, ni me gustan los que pretenden que los demás se arrodillen ante ellos.
Escribo e imagino esa pobre gente de la que hablo. Esos tan frágiles en su equilibrio emocional, que requieren una tarjeta de visita en la que imprimir un cargo. Pienso en los que a hierro matan y descuidan la segunda parte del dicho, a hierro mueren.
Pienso en ello y me río, me río tanto...