jueves, 3 de febrero de 2011

Libertad para los libros

(foto:centrolibro.es)

Una librería a la antigua usanza, de las de puerta de madera y largos pasillos cubiertos de estanterías rebosantes de palabras. El olor del papel, de la pasta de las tapas, de cuero y tinta.
Uno de mis lugares preferidos.
Gente en silencio, moqueta en el suelo que ensordece hasta los pasos. Tranquilidad absoluta e infinidad de historias escritas a disposición de mi sed de curiosidad pero demasiado lejos a veces de mi bolsillo.
Cultura sí. Derechos de autor también. Enriquecimientos desorbitado de terceros nunca.
Aquel que puso su mente y su esfuerzo en cada palabra expresada merece su justa recompensa a modo de agradecimiento de los lectores. Pero los buitres culturales me espantan.
La cifra que percibe un autor de sus obras roza lo ridículo, mientras que lo que se reparten los que componen el resto del proceso de venta de ese libro es casi escandaloso. Si muchos no quisieran enriquecerse a costa del trabajo y creación de otros, la cultura sería más barata, realmente al alcance de todos y probablemente existiría menos piratería.
La lectura me proporciona felicidad, las librerías magia para mis sentidos. La ley Sinde me deja demasiadas dudas en el reparto del pastel. Mientras, las compañías me proponen 50 megas reales de descarga por un precio concreto.
¿Descarga?¿pero eso no se supone que es ilegal?
Debe ser parecido a eso de vender tabaco en los bares.