viernes, 25 de febrero de 2011

Cuando se pierden las palabras


Cuando las palabras se gastan de ser repetidamente paladeadas, cuando se caen de la boca como letras de un libro que se fugan al colocarlo al revés, cuando pierden el sentido y el acento, es momento de guardar silencio.
Observar y escuchar, valorar lo que ocurre sin precipitar conclusiones ni opiniones acumuladas en el mismo montón que las simples habladurías. Para contar lo que se ve, hace falta sincronizar la boca con los ojos mientras la mente dirige la orquesta.
El periodismo actual peca de inmediato. Desprecia los detalles que ya han perdido la partida con la precipitación, con el querer desvelarlo antes que nadie y otorgarse medallas que no se sostienen porque les falta el argumento.
La reflexión y las palabras exactas pertenecen a otro tiempo, han dejado paso al disparar primero y preguntar después.
La ausencia de información puede ser igual de ineficaz que el exceso de datos lanzados a un Internet que devora todo lo que se le lanza.
Prefiero ser el que mejor lo cuenta, antes que ser el primero en hacerlo. El periodismo debe ser la defensa de un lenguaje apaleado en cada esquina, la información que siempre se comprende sin ser un experto en el tema tratado.
La palabra es nuestro complemento al oxígeno. La única forma de que la verdad, o la mentira, pueda ser escuchada.