jueves, 24 de febrero de 2011

Caricias

(foto:trazandocaminos.blogspot.com)

Las manos del que acaricia siempre son más suaves del que araña. Aunque sean manos cortadas y ásperas por las marcas de una vida de trabajo.
La suavidad no está en la piel, sino en la caricia en sí misma. Está en quién y cómo lo hace, en el sentimiento del contacto como prueba de calor y de presencia.
El que no sabe acariciar con la delicadeza que sale de dentro, mueve las manos con la torpeza del que cierra los ojos cuando viene el miedo y no es capaz de mirarle a la cara para esquivarlo.
El que sólo toca, es como el que mira pero nunca es capaz de ver la vida de la forma completa que merece.
Las manos transmiten la calma, el cariño y la fuerza necesaria para seguir adelante. Son las que contrarestan a las que aprietan, golpean y ahogan.
La ausencia de caricias es tan negativa como el exceso. Las que no se desean pierden la finalidad y la esencia, provocan huída, rechazo.
No hace falta estar enamorado, ni que sea una persona cercana. Siempre se puede regalar una caricia, aunque sea con una simple mirada.