jueves, 29 de julio de 2010

El ombligo



Se conocieron hace unos cuantos años, imposible decir quién conoció antes al otro, lo han discutido varias veces y siempre acaban enfadados. Si pudieran, se girarían cada uno hacia un sito, pero es imposible. Se gire hacia donde se gire, él siempre está ahí.
En un principio lo observaba como algo extraño, redondo, recipiente de pequeñas pelusillas. Pero poco a poco le fue mirando de manera distinta, desde un punto de vista que jamás lo había hecho antes. Ese agujerillo redondo, estaba justo en el centro de su cuerpo, era como un punto central del que equidistaban su cabeza y sus pies. Tal vez era la mirilla de su estómago, o tal vez era el centro del mundo... o del universo.
Comenzó a quererlo y respetarlo más que antes, no paraba de mirarlo, iba por la calle y sólo podía mantener la cabeza agachada sin apartar sus ojos de él. Se levantaba  la camiseta despacio, para que no le diera el sol bruscamente.
Llegó incluso a pensar que no había nada más importante que su ombligo, ¡y era suyo!, nadie más lo tenía, sólo él, era el tipo más importante del mundo por tenerlo. Creía que la gente le miraba por la calle, sin duda envidiosos. Todo dejaba de tener importancia, la gente seguía teniendo sus problemas, sí, pero a él le daba igual,  tenía su ombligo, y lo miraba.
¿Para qué necesitaba escuchar o tan siquiera mirar los problemas de la gente?, él era más importante que todos ellos juntos, bueno, él y su ombligo. Se pasaba las horas muertas, a solas con él, observándolo felizmente, el mundo cambiaba pero no para él.
La situación comenzó a ir a peor cuando sin quererlo, en la calle, le pareció ver ¡un ombligo!, y no era el suyo, levantó su camiseta corriendo por si se lo habían robado, pero no, seguía mirando y vio otro, y luego otro, todo el mundo tenía ombligo, y es más, la mayoría de los que lo tenían iban con la cabeza agachada, mirándoselo. El resto, con la cabeza alta, le sonreían, y ellos también tenían ombligo, pero ¿cómo era posible?. Ya no era la persona más importante del mundo, era uno más, como todos, con los mismos problemas que el resto.
Por eso lo odia, por engañarle, por dejarle creer que él era especial, que no había nada más importante que mirarse uno al ombligo y sentirse el mejor, el amo del mundo.
Sin embargo, se alegraba de saber que no era el centro del universo, tal vez por eso se dio cuenta de que era el centro de todo, él y el resto que miran al frente y los que algún día puede que lo hagan.
Y el ombligo, no será más que ese agujerito redondo, en el que se quedan algunas pelusillas y que por más que te gires, siempre se gira contigo.