lunes, 1 de octubre de 2012

La huída



... y al fin se fue, dejando a su paso las semillas que otros no supieron regar para disfrutar de las flores. Dejó como herencia la brisa y los buenos sabores.
Se cansó de cultivar en tierra yerma y decidió buscar la fertilidad allí donde la envidia no secaba los corazones.
Dejó su esencia en sus herramientas y su recuerdo en cada grieta de la tierra.
Agotado de la discordia, de la ceguera y la apatía, secó sus lágrimas para poder ver un nuevo sol más allá de las fronteras.
Envolvió sus defectos en un atillo para ponerlos a remojo en su nuevo destino, con cuidado para no perderlos y no desperdiciar la ocasión de mejorarlos.
El aire quedó impregnado con su visión de la vida, con sus palabras y la tranquilidad del que se siente viejo a pesar de los pocos años vividos.
Abrazado de sus pertenencias más queridas, de las dos mitades que componían el amor de su alma, volvió la vista para caminar sin tropezar con las posibles piedras aún invisibles en lontananza.
La negatividad y el egoísmo quedaron atrás junto al eco de sus pensamientos.
Dejó caer las últimas semillas de creatividad, talento y esperanza.
Secó las lágrimas que empezaban a brotar de sus ojos ante la incapacidad de comprender la complicación fabricada a partir de cosas tan sencillas, poniendo las alegrías fuera de su alcance.
Sin querer perecer, apretó con fuerza las riendas, apreto el paso, y al fin, se fue.