jueves, 27 de septiembre de 2012

El buen ciudadano



Señor Presidente:
No tengo entre mis costumbres nombrar específicamente a nadie cuando escribo humildemente en este espacio reservado para mi opinión personal, que a día de hoy, sigue siendo libre y de bajo coste. Pero en su caso, haré gustoso una excepción.
Agradezco sus atentas palabras al considerarme un buen ciudadano, ya que soy de los que no salí a la calle el pasado 25S. Sinceramente le diré, que siempre me he sentido dentro de ese grupo de personas, ya que sostengo la puerta de la calle a mis vecinos, doy educadamente los buenos días, cedo mi asiento a embarazadas y a personas mayores en el transporte público, no tiro papeles al suelo, nunca he pintado paredes ni destrozado mobiliario urbano, y en definitiva, siempre he respetado el lugar donde vivo y al resto de personas que lo hacen en el mismo espacio.
Quizá en el siguiente punto es en el que le decepcione. Si no salí a la calle a protestar ante sus recortes, la subida del IVA de los chuches, o el engaño en general que se respira en este país, no fue por seguir siendo un ciudadano modelo, sino por tener que cuidar a mi hija, que como usted y la Delegada de Gobierno comprenderán, no voy a exponerla a que le abran la cabeza de un porrazo o la maten de un pelotazo aquellos que ustedes alientan y dan palmaditas en la espalda después de hacer barbaridades.
Esa misma niña que, por otro lado, centra mis preocupaciones futuras y me convierte a su juicio, en un mal ciudadano, porque aunque no participe presencialmente en las manifestaciones, moralmente encabezo mi particular marcha contra todo lo que supone una represión, una asfixia a la ciudadanía y una amenaza para el futuro de niños y niñas como la mía.
Lamentablemente no podré dejarle una herencia millonaria acumulada gracias a una pensión de directivo de Caja de ahorros, ni de directivo de Bankia, ni siquiera de un político de un simple ayuntamiento nada dispuesto a bajarse un sueldo que ellos mismos consideran insignificante.
Lo que sí podré dejarle, señor Presidente, es la única educación que usted no va a poder recortar, la que su madre y yo le daremos en casa.
Una educación, que con toda seguridad la convertirá en una buena persona, respetuosa con el entorno, con las personas mayores, con la naturaleza y que le hará dar los buenos días cuando se cruce con los vecinos.
Sin embargo, señor Presidente, es probable que todo ello no sea suficiente para que sea catalogada como una buena ciudadana, porque gracias a esos valores aprenderá a que la sumisión, las injusticias y la ausencia de ética, son cuestiones contra las que merece la pena combatir. Sea en la calle, o en su casa.
Una casa que probablemente, esté muy lejos de este país que usted quiere mantener con buenos ciudadanos. Porque los malos, buscarán su brillante futuro lejos del alcance de chorizos y maleantes sin escrúpulos, hasta el día que políticos como usted, del partido que sean, caigan por su propio peso y sean esos ciudadanos de dudosa condición los que regresen a este país para levantarlo nuevamente.
Será entonces, señor Presidente, cuando es más que probable que se demuestre, que los buenos no eran tan buenos, ni los malos eran tan malos.
A fin de cuentas, ¿a usted le preocupan realmente los ciudadanos?