miércoles, 5 de noviembre de 2014

Como cada mañana


      
        - ¿Nos conocemos? - le preguntó ella al sentirse observada.
Temió decirle que no, aunque sentía que la conocía mejor que a cualquier otra persona. Cada mañana, él miraba su reloj mientras esperaba el tren de las siete y cuarto. En el penúltimo vagón, pegada a la ventanilla del asiento más cercano a la salida. Siempre la encontraba allí con su cara de dormida, con la carpeta azul y un bolígrafo sobre las piernas. A veces dudaba si era música lo que sonaba en esos auriculares, o simplemente era una forma de reducir el ruido y concentrarse en los apuntes que leía una y otra vez.
Jugueteaba con un mechón de su pelo cuando se ponía nerviosa. Fruncía el ceño cuando descubría que lo que leía no lo tenía memorizado. Su perfeccionismo se plasmaba en cada uno de sus gestos. El temblor de su pierna derecha, acompasado con el traqueteo del tren al desplazarse por la vía, el mordisqueo del boli; todo era un reflejo de sus ganas de parar el tiempo y apaciguar su miedo a la falta de conocimientos.
Siempre sonreía con bondad a las personas que pasaban pidiendo, aunque nunca les daba nada. Le gustaban los músicos que interrumpían el silencio. Para ellos siempre parecía tener una moneda reservada. 
Pensó que conocía su cara mejor que el espejo del baño en el que ella se miraba cada mañana antes de salir de casa. Su expresión triste, sus movimientos de cejas y el brillo de sus ojos. Los días que no dormía se le notaba en la mirada. Cuando estaba feliz movía los labios en un breve tarareo de la música que escuchaba. Otro días miraba el móvil y resoplaba, como alguien que espera ese mensaje que nunca llega.
Siempre bonita a pesar de las circunstancias. Tan cálida, tan dulce, tan ella.
       - No, lo siento - contestó finalmente él mientras ella ponía expresión de extrañada.
Movió sus dedos para poner su mechón de pelo detrás de la oreja. Sonrió con timidez y acompañó el gesto de su mano con un adiós casi imperceptible.
Vio cómo se alejaba por el extenso pasillo, con el eco de su voz aún resonando en su mente.
Sintió pena al no conseguir retenerla. Quizá le faltó la valentía necesaria.
Miró el reloj y deseó que el tiempo pasara.
Desconocía el futuro, y si en algún momento podría volver a hablarla.
Pensó aliviado que, al menos, podría acompañarla de nuevo en su viaje al día siguiente,  a distancia, callado, estando con ella como cada mañana.