miércoles, 12 de noviembre de 2014

La melodía


Al despertarse sintió la mano aturdida, con un hormigueo incómodo en la punta de los dedos. Como si pulsara las teclas de un piano imaginario, hizo unos leves movimientos para recuperar la sensibilidad. Un pinchazo en la sien y una ligera sensación de mareo, le avisaron de que tenía que moverse despacio. 
Se incorporó con cuidado y dirigió sus pasos hacia el cuarto de baño mientras tarareaba una canción que no le resultaba conocida. La melodía penetraba en su cabeza sin poder reprimir el deseo de reproducirla con su boca una y otra vez.
No era capaz de recordar lo ocurrido en las últimas horas. Sus manos estaban sucias, llenas de restos de barro seco y algo más oscuro que no supo identificar. Varios moretones cubrían sus brazos, como si alguien hubiera querido agarrarle tan fuerte que le había dejado marcados los dedos.
Se asustó al pensar en la posibilidad de haber sido atacado. No conseguía recordar nada. Esa maldita canción sonaba una y otra vez en su interior.
Revisó la camisa tirada en el suelo a los pies de la cama. El pantalón estaba sucio, al igual que las botas, manchadas con esa mezcla de barro y líquido oscuro que estaba por todas partes. Encontró la billetera en el bolsillo de su chaqueta. No echaba nada en falta. 
No podía soportar el mal sabor de boca. La sentía pastosa y con un ligero gusto a sangre. Decidió ir a la cocina para beber agua y humedecer la garganta que notaba seca e irritada.
Al pasar por delante del salón se dio cuenta de que la televisión estaba encendida. Hasta ese momento no se había preguntado qué hora sería, pero supo que era temprano al ver que estaban emitiendo las noticias de la mañana. Se sentó con el vaso en una mano y con el mando a distancia en la otra. Pulsó varias veces el pequeño botón que aumentaba el volúmen del aparato.
"Una nueva víctima del asesino del parque" rezaba el titular, mientras el reportero mostraba la única pertenencia encontrada de la víctima: un pequeño ipod, en el que en bucle sonaba una y otra vez, la misma cancioncilla que, en ese preciso instante, supo por qué penetraba de forma constante su atormentada cabeza.