martes, 15 de mayo de 2012

Dejen salir antes de entrar



Las pelusas en los bolsillos se declaran patrimonio histórico de mis pantalones en tiempos de crisis.
Vivimos unos momentos en los que los ingresos son una sección de refrigerados vacía, en la que meter la mano sirve para obtener escarcha, que se deshace entre los dedos antes de convertirse en hielo para el cubata que sirve como ahogo de las penas en alcohol.
Las cuentas corrientes dan tantos calambrazos como quebraderos de cabeza y se transforman en poco corrientes cuando entran más ceros de los que salen. Con menos movimiento que las caderas del Rey Juan Carlos, las telarañas crecen en las carteras que por más que las pongas boca abajo no llega la suerte de que caigan monedas.
La sensación de que hay cuatro jetas tumbados al sol tomando daikiris y rompiéndose las mandíbulas, irrita al personal, ya cansado de recesiones y primas de un tal riesgo que nadie quiere ni como familiar lejano.
Los indignados se han quedado en pataleta y han tenido que vender la tienda de campaña para llegar a fin de mes. Después de un año y unas elecciones, el guión sigue siendo el previsto y de nada sirve un movimiento que no ha valido para cambiar una sociedad muerta en una crónica anunciada.
Los cuentos han cambiado tanto que ya no son princesas las rescatadas de la más alta torre de un castillo custodiado por un dragón de fuego. Los rescatados ahora son los bancos, que sufren una extraña modalidad de síndrome de Estocolmo, ya que parecen hacer todo lo posible para que el dragón los capture y así sacar beneficios suficientes para desahuciar al monstruo verde y utilizar su capacidad de escupir fuego para hacer mecheros y regalarlos al abrir una cuenta.
Ésto es como subirse a una atracción de un parque de atracciones, y justo cuando ves bajar los hierros de seguridad te das cuenta de que no deberías haberte subido.
Lo malo es que aunque produzca vértigo, pánico o mareos, no valen las súplicas ni los desesperados intentos de salir corriendo.
Nos han llegado a convencer de que nacemos con un destino: formar parte de este sangrante juego.