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Entender a las personas es un reto que cada día me seduce menos.
Lo de yo conmigo mismo y mis circunstancias no es una regla matemática, porque los hay que no son capaces de ser sin otros, o al menos sin nutrirse de los demás para no afrontar sus propios problemas.
La felicidad colectiva es imposible ya que siempre existe una voz discordante, porque nunca llueve a gusto de todos, pero no por eso hay que matar al hombre del tiempo.
Ser capaz de disfrutar con lo propio implica un duro trabajo de no anhelar en exceso lo ajeno.
Con los años se aprende a que aquello que más se critica suele ser lo que más se desea.
No vales tanto como tanto tienes, sino que la valía es justamente proporcional a lo que disfrutas de tus logros personales.
No soporto los sermones laicos ni beatos, ya que las personas son libres de opinar sobre aquello que consideren oportuno mientras que no piensen que tienen la exclusiva de lo correcto.
La frustración mal canalizada se convierte en agresividad al hablar, en pérdida absoluta de la realidad más abrumadora que quizá sólo pretende tenderte la mano.
Las reglas del juego implican opinar de los problemas de los demás, acatando que ellos podrán hablar después de los tuyos.
Jugar limpio o no, depende de cada uno.
Pensar que el mundo entero está contra tí es lícito aunque nada bueno, probablemente esconda la realidad de que eres tú quien está en contra de todos ellos.