No importa si alguien es más alto, más guapo, más inteligente o más rico, el suelo es el mismo para todos.
Cada uno de nosotros caminamos sobre la misma tierra, cubierta en algunos casos de piedas, de asfalto o de adoquines, pero debajo siempre se encuentra la misma arena de playa.
Los hay que andan de puntillas, temerosos de despertar a la bestia dormida que llevan en su interior, que les impide marcar el paso con soltura.
Otros dan saltos y giros con el único objetivo de que alguien les mire y captar así su atención. Esos son los que andan solos y necesitan otro individuo que les acompañe en su caminar.
Muchos caminan solos, con la cabeza agachada y sin saber muy bien el lugar al que van.
Lo correcto es lo más difícil, caminar con la cabeza alta, con la mirada a la altura del horizonte y el paso firme pero sin exceso en el taconear.
Precisamente lo complicado es lo que termina por convertirse en sencillo si se realiza con normalidad.
No se necesitan mejores zapatos, sino seguridad en un paso que a pesar de estar lleno de incertidumbre, no se teme dar.
La clave del éxito está en saber el lugar que se ocupa sin despreciar a los que se van quedando atrás. No es cuestión de compasión sino de comprensión y aprendizaje individual que roza pero no llega a lo egoísta.
El suelo es el mismo para todos, sólo tenemos que decidir de qué forma lo queremos pisar.