lunes, 31 de octubre de 2011

Cálida luz en la ventana


Su rostro se tornó taciturno ante una partida no anunciada.
Como unas hojas secas que olvidan el olor de la brisa,
como la noche en ausencia de risa,
como una caricia ausente en su memoria no pronunciada.
Espió a las noches protegida por las nubes para huir de las estrellas.
Deseó ser agua para recorrer el río de sus pasos,
para descender contracorriente por lo abrupto de su espalda,
para no cortar el aliento desprotegido sin su calma.
Imploró a la oscuridad al no encontrar la huella de sus pasos.
Se quedó inmóvil, descalza de recuerdos y de abrazos.
No escuchó su nombre entre las sombras,
sólo ausencia.
Tiritó de frío en el descenso de sus lágrimas por la redondez de sus mejillas,
saboreó el salado gusto de sus miedos transformados en un mar de pena.
Le sorprendió el amanecer con la angustia entrecortada,
con los brazos vacíos de un cuerpo a los que asirse,
sin desgaste físico pero cansada.
Descubrió que su ausencia no era soledad,
sino la posible felicidad en presencia de otros.
La vida no se termina cuando una historia acaba,
siempre hay un nuevo amanecer,
otra calidez reflejándose en el cristal de la ventana.