Conozco una pequeña montaña en la que no habitan grandes robles, sino pequeños arbolitos mágicos cubiertos de escarcha.
La hierba no son enormes pastos, sino diminutos tallitos verdes brillantes repletos de vida.
En su interior hay un pequeño gusanito acurrucado entre la tibia tierra que lo cubre y protege del frío que ya comienza.
Aún no puede salir a ver la luz del sol, pero le falta poco tiempo para abandonar su pequeño cobijo y descubrir lo que le espera fuera.
Se convertirá en mariposa y volará libre sin temer a nada de lo su pequeña montañita esconde más allá de sus fronteras.
Bastará mi temor para que mis manos hagan de caparazón mientras aprenda, hasta que sepa que el volar es ir más allá de los propios temores y de los miedos ajenos, que la vida es un todo por el todo y no basta con quedarse a medias.
Aprenderá con caídas, con sustos y sonrisas.
Yo observaré al gusanito convertido en mariposa con el orgullo del que sabe que no es posible controlar todas las cosas.
Mientras tanto, sigo regando la montañita con caricias, con besos y con palabras hermosas.