Estamos a pocas horas de meter el voto en la urna y me da la sensación de que el grupo de indecisos ganaría las elecciones si fuera un partido legalizado.
Los grandes partidos van a lo suyo, contando con los votos fieles, con los desencantados, los cabreados o los esperanzados (estos serán escasos).
Cada medio de comunicación hace campaña al partido que le interesa, a sabiendas que la recolecta vendrá el días después, cuando llegue el tío Paco con las rebajas.
Mientras tanto la economía se sigue hundiendo hasta el fondo y parece que la bombona de oxígeno está cada vez más vacía.
Me aburren los actos multitudinarios repletos de banderitas ondeando al son del himno del partido.
No me gustan los gastos en campaña, ni los árboles adornados con propaganda en forma de foto de carnet ampliada.
Los discursos políticos me cansan, son como un ronroneo anestésico carente de argumento. Son un cruce de reproches, un intento continuo de dejar claro quiénes son los malos y quiénes son los buenos.
A veces pienso, que no se dan cuenta de que los ciudadanos somos los que siempre acabamos perdiendo.