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El primer ser humano que dijo que las comparaciones son odiosas, probablemente no volvió a pronunciar unas palabras más acertadas en el resto de su vida.
Tendemos a comparar todo lo que nos rodea hasta llegar a conclusiones particulares sobre cuál de las dos cuestiones comparadas supera a la otra.
No nos damos cuenta de que cada cosa tiene su beneficio, su lugar adecuado, sus formas correctas o una utilidad mayor dependiendo de las circunstancias.
Parece no importar el desprecio por el aprecio, el descalificar por destacar la otra opción.
A los canarios si se les chista cada vez que cantan, llega un día en el que dejan de cantar. Es entonces cuando se echa de menos la melodía de su trinar.
A veces consiguen escaparse de sus jaulas, conviene no olvidarlo.
Me gustan varios músicos, escritores, pintores, pero no lo hacen más por desagradarme el trabajo de otros, sino por el suyo propio.
Odio las comparaciones sin sentido, el infravalorar de forma gratuíta y constante el trabajo de las personas.
Aún tenemos mucho que aprender, demasiadas cosas que mejorar, pero ninguno de nosotros somos peores que el resto, sólo diferentes.