Tengo ultimamente un dilema que me produce atascos en las tragaderas y no es ninguna metáfora de esas raras que me da por inventar de vez en cuando.
Las marcas blancas han llegado a nuestras vidas para que nuestros bolsillos tomen un poco de aire, pero en ocasiones la calidad de los productos puede tener efectos secundarios de lo más inesperados.
He comprado unas galletas que son como comerse un polvorón tomando el sol en agosto.
Según las vas ingiriendo, se te van acumulando en las muelas y en los huecos de los dientes como sedimentos de riachuelo montañero.
Esto provoca que tengas dos opciones, ser un poco marranete y no lavarte los dientes, e ir toda la mañana comiendo galleta en lo que podríamos denominar como rumiar los paluegos*.
Y la otra, que es lavarse los dientes y ver cómo el cepillo se cubre de una pasta marrón muy poco vistosa.
Ya de por sí, es difícil desayunar a las 6 de la mañana, así que con semejantes manjares la cuestión se complica un poquito más.
Estoy convencido de que el aguaplast para cubrir los agüjeros de las paredes tiene una textura menos compacta y una composición química más nutritiva.
El caso es que aún me quedan dos paquetes y no sé si desayunarlas o dárselas a mi cuñado que está haciendo obra y quizá le queden cosas por tabicar.
Las marcas blancas pueden ser una ayuda, pero hay veces que son muy costas de tragar.
*Paluegos: Dícese de los restos de alimentos que se quedan acumulados entre los dientes y se comen después, es decir, que se dejan pa´luego.